Roca Descalza

 

    Hacía mucho tiempo que no tenía el calendario en blanco. Ninguna reunión, ningún viaje, ningún compromiso. Todo se había cancelado o pospuesto a causa del Covid-19. El vacío ante mis ojos me desconcertaba, pero al mismo tiempo, me proporcionaba cierto alivio. No había nada qué hacer, y por eso mismo, tenía la sensación de que podía hacer de todo.

            Aquellos primeros días de vacaciones los pasé mirando blogs y artículos en busca de cualquier idea de viaje. Cansado ya de leer reseñas con títulos tan originales como “Los 7 pueblos más bonitos de España”, “10 lugares que visitar antes de morir” o “Top 5 escondites en los que perderse”, decidí abandonar mi búsqueda y optar por un fin de semana en casa.

            Sin embargo, el algoritmo de Internet -la versión moderna del sino romántico- tenía otros planes para mí. No me extrañó que, días después me aparecieran todo tipo de sugerencias relacionadas con mi búsqueda. Me bastó con una foto para desbloquear mis recuerdos y encontrar mi destino: Roca Descalza.

            El agua discurría limpia y clara entre las rocas verdinas. Estaba tan fría que, si metías la mano, sentías como se te congelaban los huesos. Siguiendo el curso de pequeñas cascadas y saltos de agua, se formaba un pequeño remanso, en el que nadaban los renacuajos. Justo encima de aquella fuente, nace un gran sauce, que hunde sus raíces entre las rocas para beber del agua fresca. Entre sus recovecos, se esconden las ranas y puede que algún tesoro... Era un lugar en el que nunca había estado, pero que recordaba a la perfección.

Abrumado por el detalle de mi propio recuerdo, deduje que yo debía haber soñado con aquel sitio. Inmediatamente después, busqué toda la información posible sobre Roca Descalza. Se trataba de un pequeño pueblo perdido en la sierra, y en el cual, no constaba la existencia de ninguna fuente, manantial, ni nada por el estilo.   

¿Lo habría soñado? No, es imposible, tengo el recuerdo exacto del tacto rugoso de la corteza del sauce, de la temperatura del agua… una cosa tan exacta no se puede soñar. Necesitaba ir allí y comprobar si aquella fuente existía de verdad. 

A la mañana siguiente, me puse en marcha. No estaba demasiado lejos, así que no preparé nada para el viaje, pues supuse que volvería antes de cenar. Tampoco se lo conté a nadie. Era algo impulsivo, impropio de mí, y no quería tener que dar explicaciones. Simplemente, necesitaba averiguar cuanto antes de qué conocía aquel lugar.

A medida que fui dejando atrás la ciudad, más tranquilo me sentía. Conducía por medio de altos pinos que aún retenían la niebla, acantilados de vértigo por los que el sol salía tras cada curva, y pueblos coronados por iglesias de piedra en los que ya solo vivían cinco personas. Por un momento, llegué a olvidar las razones de mi viaje, y me limité a disfrutar de aquel paisaje inspirador. Me recordó a un cuadro que pinté en mi adolescencia y del que me sentía muy orgulloso. ¿Cuándo fue la última vez que pinté algo? Ni si quiera lo recuerdo. Lo echaba de menos.

En la siguiente salida, un cartel medio oculto por la maleza anunció la entrada a Roca Descalza. El pueblo consistía en dos calles principales perpendiculares entre sí, y algunas paralelas a estas. Una vez aparcado el coche me di cuenta de que no sabía qué hacer. Permanecí un tiempo dentro, inmovilizado. ¿Cómo pretendía yo encontrar una fuente que ni aparecía en los mapas? 

Justo en ese momento, se cruzó ante mí un aldeano. Sin pensarlo dos veces, bajé la ventanilla y le pregunté. “Perdone, buenos días, ¿usted conoce por casualidad alguna charca cerca de aquí?” El señor no pareció escucharme, así que no tuve más remedio que repetir mi pregunta, en voz alta.

“¿Una charca? Hace muchos años que no voy a ninguna” “Bueno, pero le pregunto por si usted conoce…” Y antes de terminar la frase, aquel buen señor ya se había marchado. Decidí bajarme del coche, y probar suerte con dos señoras que tampoco me supieron indicar, probé a preguntarle a alguien más joven y tampoco, incluso entré en el bar del pueblo, pero nada.

¡Era imposible que nadie lo conociera! ¿Acaso me están tomando el pelo? En ese momento dudé de todo; ¡quizás fue un sueño, quizás soñé con esa foto, o quizás ahora mismo lo estaba soñando todo!

Estaba a punto de irme de allí, cuando vi un pequeño sendero por el que regresaba el ganado de pastar. Decidí probar suerte y seguir aquel camino. De mi repentino entusiasmo por una nueva ruta, apareció un miedo irracional que aumentaba a medida que avanzaba en el bosque. No sé cuánto tiempo estuve andando sin saber hacia donde estaba yendo. Me había perdido, pero no lo quería reconocer, hasta que quise volver al pueblo, pero me di cuenta de que no sabía por donde.  

Salí de aquella ensoñación y fui consciente de la locura que había sido todo eso. ¿Qué me había pasado? Comencé a deambular con el móvil en la mano, y en un intento desesperado por conseguir cobertura, me subí a la roca más alta que encontré, y cuando miré hacia abajo, la encontré a mis pies; ahí estaba la fuente.

 Bajé corriendo, metí la mano en el agua y se me congelaron los dedos. Me asomé a la orilla y vi a los renacuajos nadando… No podía ser real, todo era exactamente igual… Solo quedaba una última cosa que comprobar. Caminé hacia el sauce, y busqué entre sus raíces.

Atónito, saqué algo metálico: había encontrado una caja de pintura.  

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